En este ensayo, incisivo y paciente a la vez, con un ritmo y una precisión tan
rigurosos como el inexorable crescendo que impulsa Una historia de violencia,
Cristóbal Durán Rojas convierte el cine de David Cronenberg en un proyecto
filosófico para pensar la imagen. No escribe sobre las películas ni basándose en
ellas, como si pretendiera contar su verdad o utilizarlas como pretextos para un
discurso. En lugar de ello, las examina, escuchando las preguntas que plantean.
A lo que se refiere es a la forma en que las imágenes «se conectan, se reúnen y
divergen». La imagen es viral, dice con William Burroughs (de quien Cronenberg
adaptó El festín desnudo), es circulación virulenta y parásita. La imagen es
compenetración, dice también, viendo cómo la pantalla de televisión de
Videodrome se vacía de sus entrañas, como si pudiera purificarse de la
heterogeneidad que la desborda.
En cuanto a nosotros, somos los huéspedes de estos virus que son las imágenes.
Dan forma a nuestros cuerpos, ya sean propios o protésicos. Es imposible escribir
sobre ellos o desde ellos, ya que, como dice Cristóbal Durán, viven en la
«indiscernibilidad entre el adentro y el afuera». Su ensayo habita ese entredós.
Peter Szendy