Carlos Narváez lo dejó todo para seguir su sueño. Cuando el mundo se puso en su contra y le dijo que no podía hacerlo, trabajó duro para demostrar que estaban equivocados. Así que él y su mejor amigo Alejandro formaron un pequeño grupo de garaje y lucharon duro para convertirse en la mejor banda de rock de la década.
Por fin brillan las estrellas y la fama está a su alcance.
Entonces Alejandro confiesa no solo que es gay, sino también sus verdaderos sentimientos, y Carlos entra en crisis. Aunque no se considera homófobo, tampoco está dispuesto a aguantar las tonterías arcoiris, vengan de quien vengan.
Pero cuando Alejandro decide que ya ha tenido suficiente y lo deja, Carlos juega sus últimas cartas sin pensar en las consecuencias. Porque, ¿desde cuándo el corazón roto de su mejor amigo es un problema y no una bendición? Debería haber sabido que el camino al infierno está plagado de (no tan) buenas intenciones, y en su caso el conductor del coche fúnebre es el orgullo.