Asistimos a una época en que la sana doctrina se ha contaminado con los valores de la Posmodernidad. El triunfo de la mediocridad sobre el conocimiento se deja ver en muchos escenarios evangélicos. Ya no importa tanto cómo se piense ni lo que se crea. Lo único que importa es entretener a la gente, tal como si se tratara de una fiesta circense.
En las iglesias que presiden los líderes de la emoción, los protagonistas son ellos. Son ellos los que desean ser aplaudidos. Por ellos se adornan los salones con luces de colores, o se alquilan cines para ver sus destrezas. A ellos se les da la recaudación que reciben por el espectáculo que montan. Finalmente, son ellos los que reciben toda la gloria.